“El brujo Colom disfruta como un niño grande con estas gloriosas partituras a las que condimenta con ornamentaciones, pinceladas, cabriolas y demás bromas musicales sobre solazadas improvisaciones de su propia cosecha. Un Mozart hipnótico y flexible, de bellísimo cantabile y límpidas texturas, poético y subjetivo, embadurnado de un fuerte aliento nostálgico (incluso beethoveniano, como en la KV 457) donde se toman amplias y loadas libertades con el texto.”
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