JAÉN / Resplandeciente Ravel de Josep Colom

By José Antonio Cantón, Scherzo  ·  04/26/2019

La organización del Premio Jaén de Piano, que llega este año a su sexagésimo primera edición, ha querido contar para su inauguración con uno de los más destacados pianistas españoles de las últimas décadas como es el barcelonés Josep Colom, músico ante todo e intérprete de contrastado prestigio, que siempre sabe calar en el mensaje que proponen los compositores con la capacidad y sensibilidad necesarias para que sus actuaciones se conviertan en un hecho artístico donde confluyen sentido y representación, ideas esenciales para entender lo que ha sido este recital, pensado para conmemorar dos figuras del pianismo español del pasado siglo como fueron el respetado teórico Javier Alfonso y la inolvidable Rosa Sabater.

Colom se ha presentado en esta ocasión como artista consagrado en el Premio Jaén, que consiguiera el año 1977, con un programa de trascendente contenido musical, que exigía máxima capacidad recreativa y de comunicación en el intérprete, constituyendo un itinerario que se iniciaba con los Preludios y Fugas números 5 del Libro I, BWV 850, y Libro II, BWV 874, en Re Mayor del Clave bien temperado de Juan Sebastián Bach. Esta tonalidad continuaba en la Sonata nº 18, K.576 de Mozart, completándose con ella un primer bloque de obras, donde quedaba demostrado cómo, en la prelación del planteamiento de su actuación, el sentido iba a prevalecer sobre cualquier otro aspecto estético. Así, en la obra que abría el recital, quedó de manifiesto la prevalencia de su mano derecha como responsable de las líneas de canto -cualidad que se mantuvo destacada a lo largo de toda su intervención-, dejando una sensación de complacencia en el oyente. En la segunda, diferenció con expresividad ese anticipo sonatístico que representa su estructura, siendo fiel al mensaje del autor pensado para el clave, que reconvertido en el piano de Colom discurría con gran musicalidad.

Como si de un salto en la máquina del tiempo se tratara, enlazó con la última sonata que para este instrumento escribiera Mozart con tal naturalidad que parecía como si fuera una continuación del discurso bachiano aderezado con nuevas intenciones y desarrollos armónicos, destacando su exposición del Adagio central, que significó un anticipo de la riqueza de su pianismo en los pasajes lentos, como el ofrecido en el Adagio ma non troppo de la Sonata Op. 110 de Beethoven, que cerraba la primera parte del recital, el momento cumbre de esta obra en el que Colom dio muestras de su enorme lirismo como vehículo de una sensibilidad artística labrada en y desde infinitas experiencias vitales. Antes, a modo de introducción en el universo beethoveniano, tocó la Bagatela, Op. 126 nº 3 en Mi bemol mayor, realzando con gran detalle su ornamentación.

Si el sentido había sido el protagonista del concierto, completándose en su función, se encontró con la representación, entendida como concepto musical que, desde el compositor, se hace presente en la consciencia del intérprete y del oyente con total plenitud. Tal fusión se produjo en la interpretación de Le tombeau de Couperin de Maurice Ravel. Josep Colom dio una auténtica lección magistral de cómo hay que entender el pensamiento musical de este gran compositor francés cuya obra hay que situarla en un grado de absoluta perfección. La fluidez de discurso fue el rasgo a destacar en el Preludio, haciendo que su mano derecha flotara plásticamente sobre el teclado como si se fuera el de un clave. En la Fuga llenó de nostalgia el ambiente de la sala del Infanta Leonor apuntando las tensiones internas de su estructura. Brilló absolutamente en Forlane, encontrando ese equilibrio de elegancia que esconden sus extrañas armonizaciones para decaer de tan alto grado expresivo en el Rigodón, adquiriendo mayor expresividad la ejecución en su corto pasaje central. Hizo gala de un profundo sentimiento de nobleza en la recreación del Minueto, destacando en su imitación a los instrumentos de viento en el episodio central, antes de emocionar al atento escuchante con la “etereidad” de su final. Por último, expuso la Toccata que cierra la serie con todo el poderío pianístico de que dispone, sin extralimitarse en momento alguno de los precisos martellati ravelianos. La sensación final que quedaba en el auditorio fue de ese gozo intelectual y sensorial de alto voltaje que sólo se produce en ocasiones dignas de ser recordadas.

Para terminar el recital, Colom quiso conmemorar el centenario de la composición de la Fantasia Baetica de Manuel de Falla con una interpretación visceralmente enaltecida sin entrar con suficiente identificación estética en la esencia flamenca que sustenta esta magistral creación del pianismo español de tan jondo concepto y complicado virtuosismo. Fue más interesante su orientada intención que su logro interpretativo. Tal resultado vino a diluirse con el bis que ofreció, una especie de “busoniana” improvisación de ilustrado pianismo del preludio que abría el concierto, con la que, desde el control que guiaba su pulsación, transmitió una satisfactoria sensación de serenidad y calma al auditorio.


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